Manual de Finanzas Personales
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En los últimos tiempos estamos viendo un giro en la tendencia del comportamiento de los ahorradores, inversores y la sociedad en general. Sin ningún tipo de dudas, el público está tomando conciencia de la importancia de tomar el control en cuanto a sus finanzas personales tras la última crisis vivida. En este manual veremos cómo podemos planificar y gestionar mejor nuestras finanzas.
La economía familiar es una de las grandes preocupaciones. El objetivo es velar por su salud y su estabilidad, no se trata de conseguir enriquecerse de un modo rápido, se trata de poder llevar una vida tranquila sin necesidad de sufrir por nuestra situación financiera personal o familiar.
Toda persona tiene una serie de ingresos, de gastos y de patrimonio. La idea fundamental es que los ingresos crezcan, los gastos se reduzcan y el patrimonio aumente. Para que el patrimonio aumente deberemos aumentar los activos (mediante una correcta gestión) y reducir los pasivos (hacer desaparecer las deudas). Todo ello es la base fundamental para gestionar las finanzas personales, trataremos todos estos puntos con detalle, con ejemplos y con recomendaciones.
¿Qué son las finanzas personales?
Las finanzas personales se pueden definir como toda aquella actividad destinada a la gestión financiera necesaria de un individuo o unidad familiar, en contraposición con las finanzas corporativas que están enfocadas a la gestión financiera de una institución empresarial con ánimo de lucro.
En cierto modo, gestionar las finanzas de una persona tiene mucho en común con la gestión financiera empresarial. Ambas suponen presupuestar, ahorrar, gastar y planificar los recursos monetarios para cubrir una serie de necesidades vitales de un modo óptimo. Debemos adquirir una mentalidad financiera. Esta es la idea de este manual.
Lo que realmente cambia entre ambos tipos de gestión financiera sea la complejidad y las imposiciones legales de llevar una contabilidad determinada, etc... Es decir, la forma, pero el fondo del asunto es el mismo.
Toda persona está en cierto modo obligada a planificar sus finanzas. De hecho, el no hacerlo puede suponerle graves perjuicios que afectarán a otras facetas de su vida. El adquirir una cultura financiera nos hará más libres, podremos trabajar en la actividad que realmente nos guste, tendremos la sensación de tener la vida más ordenada, no tendermos sobresaltos ni grandes perjuicios económicos, podremos desarrollarnos mejor como personas. Pero sobre todo, tendremos asegurado el día de mañana. Por otra parte, los inconvenientes de no hacerlo mejor los dejo en el tintero, porque todos los sabemos y además son muy desagradables de describir. Así pues, el tema aquí tratado tiene una gran importancia.
Esto, como todo, requiere tiempo, paciencia, conocimientos y disciplina para poner en práctica. Sin embargo, tampoco supone renunciar a nada. Es totalmente compatible el tener una vida plena, sin renunciar a todo aquello que verdaderamente nos hace felices y nos gustaría tener. Ahora bien, teniendo siempre presente nuestra capacidad de gasto.
La primera máxima entonces para comenzar a gestionar nuestras finanzas sería la siguiente: Es una actividad necesaria y no debe suponer un esfuerzo. El ahorrador debe realizarlo del modo que más simple y cómodo le resulte. Pero debe hacerlo.
Otro punto a favor de el tener unos conocimientos y una puesta en práctica de todo lo relativo a la gestión financiera es que seremos mucho menos vulnerables a la hora de contratar cualquier producto o servicio financiero, tanto bancario, como de inversión o simplemente un seguro. En este aspecto, el ahorrador tendrá siempre en su conocimiento lo que necesita, lo que le ofrecen y el coste que le supone. De modo que pagará lo justo por lo que realmente tiene que contratar.
Saber cómo funciona la básicamente la economía y cómo se mueve el dinero es interesante, estas cosas nos afectan como ahorradores y gestores de nuestro propio patrimonio. No es necesario ser un economista ni un experto financiero para crear, mantener, gestionar y hacer crecer un patrimonio. Tan sólo se necesita un plan. Todo esto en realidad es muy sencillo de aprender.
En fepix.com vamos a aprenderlo, vamos a ver cómo desarrollar este plan y cómo ponerlo en práctica.
Las necesidades de consumo
Las necesidades de consumo son constantes, pero no significa que sean iguales a lo largo del tiempo. Van evolucionando conforme vamos superando etapas de nuestra vida.
En cada etapa vital tendremos unas necesidades de consumo de bienes concretos, sean bienes duraderos o bienes no duraderos. Cuando son más jóvenes seremos más propensos a comprar ropa y a gastar más en ocio. También será probable que pensemos en la adquisición de un vehículo nuevo. Con el paso de los años necesitaremos otro tipo de bienes más costosos y que exigen una financiación mediante préstamos. Lo más importante es planificar las necesidades de consumo y el nivel de ingresos que queremos tener cuando llegue el momento de nuestra jubilación.
Tipos de necesidades de consumo
Básicamente existen dos tipos de bienes de consumo: Bienes duraderos y bienes no duraderos.
Los bienes duraderos son aquellos que tienen un uso continuado y no se agotan durante un largo período de tiempo. Por ejemplo un frigorífico o un ordenador personal.
Por otra parte, los bienes no duraderos son aquellos que se agotan en un período corto de tiempo, por ejemplo la compra familiar o el recibo del agua. Están en esta clasificación los gastos corrientes.
A lo largo de nuestra vida necesitaremos un tipo de bienes más que otro. También varía el medio de pago de unos y otros.
Etapa joven
Normalmente las necesidades de consumo en ocio suelen ser no duraderas y son mayores cuando somos más jóvenes.
Aunque le ninguna regla fija existe una máxima que indica que cuanto mayor es nuestro tiempo libre mayores era nuestra necesidad de consumo. Simplemente pensemos como se incrementa el gasto en los periodos de vacaciones.
En estos casos, para los gastos corrientes, podría ser necesaria una tarjeta de crédito. Las tarjetas de crédito no son ni buenas ni malas, simplemente debemos darle el uso correcto.
También debemos ser conscientes que una tarjeta de crédito tiene una comisión anual que debemos tener prevista y presupuestada.
Pueden ser un buen instrumento financiero si previamente tenemos presupuestadas nuestras necesidades de consumo en bienes no duraderos y no los financiamos a más de 30 días.
Son interesantes para gastos de poca cuantía que no exijan amortización en cuotas. Además tienen otro tipo de ventajas como pueden ser seguros o descuentos por puntos. Pero no son útiles para financiar compras que exijan un desembolso mayor de capital. ¿A alguien se le ocurriría pagar un coche con tarjeta de crédito?
En primera instancia normalmente no tendremos suficiente crédito en la tarjeta como para pagar el montante de un vehículo. Aún aunque se tuviese, no es un gasto que se pueda financiar a 30 días, exige una amortización a un plazo de tiempo más amplio debido a su alto coste que supera nuestros ingresos mensuales.
El tipo de interés que suelen tener los créditos asociados a tarjetas hace totalmente inviable la financiación de un bien de este tipo.
Para la compra de elementos duraderos y costosos la mejor opción es un préstamo personal. Los préstamos personales son más baratos y permiten una amortización más dilatada en el tiempo.
Etapa adulta
Existe otra máxima y es que a medida que se van cumpliendo los años nuestra proporción de ingresos destinados al consumo es mayor. Pero el consumo está cada vez más enfocado a bienes duraderos (mantenimiento de la familia, educación de nuestros hijos, hipotecar nuestro hogar, etc.).
En esta época debemos saber que lo más probable es que tengamos que endeudarnos mediante préstamos. Por ejemplo para pagar la educación de nuestros hijos.
También debemos definir bien qué ingresos tenemos y cómo podemos aumentarlos. Cuál es nuestro ratio de endeudamiento y qué cantidad de cuotas mensuales somos capaces de soportar si pedimos un préstamo.
Es probable que se necesiten contratar seguros para nosotros mismos y para nuestros bienes duraderos.
En definitiva las necesidades de consumo son distintas y exigen medios de pago distintos. Debemos también pensar en el ahorro y la inversión (aunque esto ya es materia de otros posts, hoy nos ocupa el consumo).
Etapa de jubilación
Una llega el momento nuestra jubilación tendremos otras necesidades de consumo distintas. Más centradas de nuevo en actividades de ocio, aunque esto depende del tipo de renta y del estilo de vida cada persona.
Al llegar ese momento es importante que no suponga un problema serio la reducción de ingresos que tendremos como consecuencia del cese de la actividad laboral. Ello es importante y hace necesario una buena planificación de la jubilación.
Existen instrumentos de ahorro para la jubilación, como los planes de pensiones y otros productos financieros. Pero lo más importante es que el éxito depende de una buena planificación.
Hay personas que han logrado mantener nivel de vida que tenían durante su etapa productiva. Ahora con su mayor tiempo libre también se incrementa su propensión al consumo de bienes no duraderos.
Conclusiones
Nuestras necesidades de consumo varían a lo largo de nuestra vida, es importante planificar cada etapa.
Para los gastos corrientes, siempre y cuando exista un buen presupuesto y un uso correcto, es posible utilizar tarjetas de crédito. De esta forma podremos satisfacer nuestras necesidades de consumo de bienes no duraderos.
Para bienes de consumo duraderos lo más acertado es la financiación mediante un préstamo personal e ir amortizándolo con unas cuotas adecuadas a nuestros ingresos. Sin que se dispare nuestro ratio de endeudamiento.
La planificación de la jubilación es especialmente importante porque nuestro nivel de vida puede verse seriamente dañado cuando dejamos de trabajar activamente.
Además de las necesidades de consumo, una buena planificación financiera debe tener en cuenta…
Las necesidades de inversión
Tanto para comprar la primera vivienda, como para cualquier otro bien duradero (por ejemplo, un coche) o bien una gestión de nuestros ahorros de cara al futuro. Trataremos estos objetivos más adelante.
Existe un período vital en el cual una persona es más propensa a las inversiones. En esta etapa, incluso sin saberlo, la persona comienza a contratar productos y servicios financieros de ahorro e inversión. Por ejemplo, un plan de pensiones. También, por recomendación del banco, decide suscribir participaciones en algún fondo de inversión.
A pesar de que estas acciones son útiles, no responden a una inversión planificada y correcta. El ahorrador en ocasiones tan siquiera es consciente del riesgo ni de los objetivos que pretende alcanzar. También trataremos el asunto del riesgo.
Las necesidades de inversión están limitadas por las posibilidades de ahorro que se dispongan. Además de los conocimientos acerca de los mercados que se tengan.
Esto no significa que el ahorrador no deba gestionar su dinero. Existe un dicho que reza de tal modo:
¿No gestiono mi dinero porque no tengo lo suficiente; o no tengo suficiente dinero porque no lo gestiono?
Con esto lo que en realidad pretendemos explicar es la necesidad de comenzar cuanto antes a constituir un capital, para ello es necesario un ahorro acorde con las posibilidades de cada cual. Este ahorro debe tener un fin (el objetivo). En función del plazo señalado para conseguir dicho fin, determinaremos los planes de inversión necesarios.
Por lo tanto, ya hemos definido unos cuantos pasos a seguir… Aunque no lo parezca:
- Detectar nuestras necesidades de consumo.
- Detectar nuestra capacidad de ahorro. En función de los ingresos y lo gastos.
- Marcar un objetivo para el ahorro, con un plazo temporal.
- Gestionar este ahorro mediante inversiones para alcanzar el objetivo.
Las necesidades de inversión variarán según la época vital en la que nos encontremos. Pero esto no es todo. Existen más necesidades financieras que deberemos tener presentes.
Las necesidades de previsión
Es un aspecto importante el tener una parte del mencionado ahorro destinado al largo plazo, es decir, al momento de la jubilación.
En una época en la que el sistema público de pensiones está cuestionado y aquellos que pretendan mantener un nivel de vida similar cuando llegue el momento de jubilarse, deberán sin más remedio pensar en este asunto.
Los planes de pensiones (o un sistema de ahorro similar) debe comprender un apartado especialmente diseñado. Dicho de otro modo, es un ahorro totalmente separado del resto. Es un objetivo diferenciado.
Es importante conocer los productos de ahorro para estos fines, entre otras cosas porque muchos de ellos tienen incidencia en la fiscalidad. También es posible que el ahorrador (si dispone de conocimientos, tiempo y disciplina) pueda gestionar este tipo de ahorro él mismo. Siempre y cuando tenga claro el fin del ahorro y no pierda la perspectiva.
Las necesidades de protección
Esta es la última de las tipologías de necesidades financieras vitales (básicas) que puede tener una persona. Se trata de la protección contra eventos que puedan afectar el equilibrio financiero. Aquellos que atentan contra el patrimonio que hemos ido forjando.
Aunque estos sean unos ejemplos desagradables, también deberemos tenerlos presente: el fallecimiento de un ser querido, el incendio de la vivienda, un accidente de tráfico, la pérdida de empleo, etc.
No nos cabe duda que estas cuestiones, por desgracia, suceden más a menudo de lo que la propia persona se imagina. Está claro que en muchas situaciones la pérdida es irrecuperable. Sin embargo, además de esta pérdida, también pueden ocasionarnos un desequilibrio patrimonial. Esto es precisamente lo que deberemos de tratar de proteger.
Los sucesos descritos no podemos ignorarlos. Los seguros son los instrumentos que nos ayudan a hacerles frente, claro está, desde un punto de vista económico.
En este caso, lo que deberemos hacer será planificar los riesgos y su protección. Buscando y seleccionando en todo momento el tipo de instrumento que mejor pueda adaptarse a nuestras necesidades de protección.
Los riesgos se pueden agrupar de la siguiente forma:
- Riesgos personales: Son aquellos que tienen impacto sobre la vida, la salud o la integridad física de las personas. Pueden ser el fallecimiento, la invalidez, accidentes, enfermedades, etc.
- Riesgos materiales: Son los que causan daños económicos en los bienes de nuestra propiedad. La causa es la pérdida o deterioro de un bien de uso al cual no podemos renunciar (como sería la casa o el coche). La consecuencia es un perjuicio económico por su reparación o sustitución. Puede ser por un incendio, un robo, una inundación, etc.
- Riesgos patrimoniales: Este tipo de riesgos afectan al patrimonio de un modo general, no a un bien concreto. La causa puede deberse a una la concurrencia de un hecho que genere responsabilidad civil (por ejemplo, daños en la casa del vecino como consecuencia de una rotura de cañerías). Las consecuencias pueden ser imprevisibles (supongamos que el vecino tenía un Picasso el cual se ha dañado).
En síntesis, las necesidades de protección también deben formar parte de nuestro plan financiero. El objetivo es asegurar nuestro patrimonio contra diversos riesgos. No podemos dejar que un suceso imprevisto nos genere problemas de tipo económico que afecten a nuestras finanzas personales.
Las tipologías de inversores
En función de las necesidades vistas (consumo, inversión, previsión y protección), podremos agrupar básicamente a los inversores en tres categorías genéricas. Cada persona representa un único plan financiero, esto debe quedar claro. Lo que pretendemos es segmentarlas de un modo simple para después ir afinando sobre el plan financiero.
La distinción se realiza en base a características comunes, dependiendo del ciclo vital de cada persona.
Personas en fase de acumulación
Son personas jóvenes. No suelen tener responsabilidades familiares (generalmente todavía no han formado una familia). Están en la fase de inicio de todo el proceso de generación de riqueza y tienen un largo horizonte temporal para conseguir sus objetivos, así como las necesidades de previsión de la jubilación les quedan todavía muy lejos.
No suelen tener unos ingresos altos puesto que se hayan al comienzo de su vida laboral (generalmente). Sin embargo, comienzan a tener necesidades de consumo. Durante esta etapa comienzan a comprometer sus ingresos al suscribir una hipoteca y comprar un coche. Estas acciones deberán realizarse de acuerdo con un plan financiero.
La edad que presentan esta tipología de inversores es un aspecto importante a la hora de asumir riesgos, también el hecho de no tener serias responsabilidades financieras. Pueden permitirse sobreponderar su cartera global con productos más volátiles.
Pueden tener o no tener cultura financiera, pero al comenzar desde jóvenes al preocuparse por estos asuntos van ganando una valiosa experiencia de cara al futuro. En esta etapa es necesario comenzar a constituir un capital.
Personas en fase de consolidación
Aquí entran en juego una pluralidad de perfiles de inversor, es una etapa muy amplia. Se trata de personas que tienen unos ingresos más estables y cuentan con cierta cultura financiera. Es más probable que parte de sus ingresos provengan de operaciones financieras realizadas durante la etapa anterior.
Si se ha hecho una planificación correcta desde la etapa anterior, estas personas ya cuentan con un cierto patrimonio. En caso contrario, nunca es tarde para comenzar.
Comienzan a preocuparse más por la jubilación. Suelen destinar más dinero a las necesidades de previsión y menos a las necesidades de consumo conforme van pasando los años.
Suelen tener responsabilidades financieras más serias, no pueden permitirse un alto nivel de riesgo. Por lo tanto, buscarán más estabilidad en sus necesidades de inversión.
Le otorgan más importancia a la fiscalidad de las inversiones. Anteriormente el aspecto fiscal quedaba en segundo plano, junto con el ahorro para la jubilación.
Aunque menos que en la etapa anterior, su horizonte temporal aún puede seguir siendo amplio. Sin embargo, pasan a un perfil de riesgo más moderado. El porcentaje de riesgo debe ir reduciéndose a medida que se van cumpliendo los objetivos. Comienzan también a surgir necesidades de protección; puesto que tienen familia, tienen bienes y tienen patrimonio que deben asegurar.
Su nivel de ingresos, su cultura financiera, su posibilidad de crecer profesionalmente y sus necesidades de consumo determinarán el resto del plan financiero. También la edad, en este perfil caben diversas edades… Pongamos entre los 35 y los 55 años (más o menos).
Si la etapa anterior se caracterizaba por ahorrar e invertir para constituir un capital (controlando las necesidades de consumo y definiendo una política de inversión más arriesgada), en esta fase se necesita una planificación distinta de las finanzas personales en todas sus vertientes.
Personas en fase de protección
Son aquellas personas que han alcanzado la edad de jubilación o están próximas a ello. Suelen ser más adversos al riesgo y tratan de preservar lo ya conseguido tras una vida planificando y gestionando sus finanzas personales.
Mantienen un alto interés por la planificación fiscal cuanto más cerca se encuentran de la jubilación; tras la jubilación, la fiscalidad pasa a ser un aspecto menos importante.
Sobre todo, buscan tranquilidad en sus inversiones. Suelen tener conocimientos financieros, debido a que han ganado experiencia tras sus etapas anteriores. Son personas conservadoras en cuanto al riesgo. Una de las características es que necesitan protegerse contra la inflación a toda costa.
Como es lógico, debe primar la previsión de la jubilación y la protección de todo aquello conseguido a lo largo de su vida.El patrimonio que comenzaron a planificar y edificar desde su etapa de acumulación.
En esta etapa se genera un rendimiento mínimo en las inversiones. El objetivo no es una revalorización del patrimonio, sino conservarlo intacto. Necesitan tener seguro que cuando llegue (si no ha llegado ya) su edad de jubilación pueden mantener un nivel de vida acorde a sus expectativas. El horizonte temporal de su inversión es corto o muy corto.
Analizando nuestro caso
Una vez vistas las necesidades financieras básicas y definir brevemente los ciclos vitales de las finanzas. Deberemos realizarnos las siguientes preguntas. Todas ellas corresponden a un análisis introspectivo de cada uno de nosotros. El análisis es la primera fase de la planificación de nuestras finanzas personales.
¿Cuál es mi situación patrimonial de partida?
La situación patrimonial se realiza mediante un balance y un presupuesto. Debemos tener un conocimiento exacto de nuestros ingresos, nuestros gastos, nuestros bienes y nuestras deudas.
En el balance tendremos nuestros bienes y nuestras deudas. Es una fotografía de nuestra situación patrimonial al inicio. Después se irá haciendo periódicamente para analizar su evolución.
Un presupuesto es la herramienta básica, nos dará a conocer nuestras necesidades de consumo y nuestra capacidad de ahorro. Con el presupuesto en la mano, podremos hacernos una idea de cuáles son las partidas de gastos que más peso tienen y cómo podemos intentar reducirlas.
Determinar la cantidad de ahorro es fundamental, el ahorro es la base de todo. Si pensáramos en términos empresariales, equivaldría a los beneficios obtenidos y que posteriormente son repartidos entre los accionistas. Una empresa sin beneficios no podría subsistir; al igual que una persona que sus gastos son mayores que sus ingresos tampoco.
Para conseguir ahorrar más existe gran cantidad de literatura. Sin embargo, si en principio no detectamos cómo y a dónde se va el dinero, difícilmente podremos saber cómo conseguirlo y trazar un plan para este fin.
Básicamente, una persona (al igual que una empresa), puede trabajar su presupuesto (o sus cuentas anuales) para disminuir gastos o aumentar ingresos. Las empresas realizan campañas de ventas, de reducción de costes, de marketing, etc. Nosotros podremos pensar qué campaña es la más conveniente si tenemos claro qué punto deberemos abordar.
¿Gastamos mucho en transporte? Podremos ahorrar si planificamos mejor los desplazamientos, los reducimos al máximo, compartimos coche para ir al trabajo u otra serie de medidas.
¿Gastamos mucho en energía? Seguramente deberíamos planificar mejor el uso de los electrodomésticos o controlar la calefacción.
¿Gastamos mucho en ropa y otros artículos? Tal vez necesitemos un plan para adquirir este tipo de artículos. Como destinar un pequeño porcentaje mensual y cada temporada, con ese ahorro, comprar lo más necesario; por ejemplo.
¿Tenemos muchas deudas? Posteriormente se verá cómo tratar este asunto y reducirlas. Pero en principio deberíamos plantearnos cosas como eliminar nuestra tarjeta de crédito.
En definitiva, lo que deberemos hacer es tomar acción, y para tomar acción necesitamos conocer primero qué es lo que vamos a trabajar, para tales casos es necesario tener un análisis de nuestra situación personal como punto de partida.
Tal vez necesitemos aumentar los ingresos. También es posible realizar esta acción. Si por ejemplo utilizamos el ahorro para comprar activos que nos generen intereses o dividendos, aumentaremos nuestros ingresos financieros. Existen gran cantidad de formas de generar ingresos pasivos o incluso montar un pequeño negocio paralelo a nuestro trabajo.
Todo se resume a ingresos y gastos, se debe tratar de aumentar unos y reducir los otros. Sólo así tendremos capacidad de ahorro.
Por el momento, como primer punto para la planificación de nuestras finanzas personales, estará bien con identificar nuestras necesidades y en qué ciclo vital nos encontramos.
Pero lo más importante de todo en este punto es determinar qué patrimonio tenemos y cuál es nuestra capacidad de ahorro en términos cuantitativos.
En este punto también deberemos tener presente cuál es nuestra situación fiscal (IRPF) y nuestra capacidad de generar más ingresos.
¿Qué objetivos financieros tengo?
Aspectos tales como si lo que necesitamos es crear un patrimonio, o preservarlo. Si necesitamos comprar un coche, una casa, pagar una matrícula universitaria, etc.
Puede que algunos tengan intención de contraer matrimonio, puede ser que venga un hijo en camino. También puede ser que queramos financiar un viaje al extranjero.
El caso es que deberemos determinar qué queremos conseguir con el ahorro que vamos a ir generando mes a mes. Teniendo siempre presente que tendremos destinar un porcentaje a nuestro objetivo de previsión y nuestras necesidades de protección.
Una cuestión importante, cuando se determina un objetivo financiero debe estar asociado a un plazo temporal.
Por ejemplo, si tenemos unos 40 años y tenemos prevista la jubilación a los 67, nuestro objetivo de previsión comprende un horizonte temporal de 27 años. Este horizonte marca la estrategia inversora.
Si tenemos como objetivo renovar nuestro vehículo, deberemos tener claro cuándo queremos hacerlo. ¿Por ejemplo dentro de 5 años?
En el caso de constituir un capital, sin un objetivo predeterminado, podremos igualmente marcar un objetivo monetario y un plazo realista para cumplirlo. Puede ser también un ahorro indeterminado a largo plazo.
Los objetivos deben dividirse según el horizonte temporal asignado:
- Objetivos a corto plazo: Tal vez sea el ahorro para comprar un bien que sea un capricho (un reloj, un vestido, etc.); o crear un pequeño capital para realizar una operación financiera más arriesgada.
- Objetivos a medio plazo: Una boda puede ser un buen ejemplo, la entrada de una vivienda, un viaje… En definitiva, bienes de alto presupuesto o posibles gastos a cubrir.
- Objetivos a largo plazo: La previsión para la jubilación es el ejemplo más característico. Pero no tiene por qué ser el único. Es posible que el ahorrador pretenda una segunda residencia en la playa o cualquier otro sueño que cumplir.
Nuestros objetivos y plazo temporal para cumplirlos son un elemento fundamental de nuestro plan financiero. Es posible que se genere riqueza sin ningún tipo de objetivo, esta acción entraría dentro de las necesidades de previsión o protección, puesto que en definitiva es un ahorro indeterminado que se constituye para cualquier eventualidad. Podríamos tratarlo como un objetivo a largo plazo en este caso.
¿Cuál es nuestra tolerancia al riesgo?
Uno de los parámetros que deberían fijar nuestro perfil de riesgo es la edad. El segundo es el plazo temporal de nuestro objetivo. No obstante, lo que aquí deberemos definir es el nivel de riesgo con el cual nos sentimos verdaderamente cómodos.
Como norma general, cuando una inversión tiene un mayor plazo, más tiempo tiene para recuperarse en caso de una depreciación en los mercados financieros. Por lo tanto, el inversor puede permitirse asumir un grado más en el riesgo. A fin de cuentas, ¿qué importancia tiene que el Ibex 35 haya caído 300 puntos en un mes si nuestra inversión está planteada a 15 años vista?
Otra cuestión es que no siempre se corresponde que una persona de mayor edad tenga una aversión al riesgo mayor que otra más joven, este aspecto está muy ligado al temperamento de cada cual.
La experiencia que se consiga gestionando nuestros ahorros y nuestra planificación de las necesidades de inversión nos dará la respuesta a la pregunta sobre qué perfil es el adecuado para nosotros. No obstante, si las inversiones le generan malestar es probable que esté asumiendo un riesgo superior a su nivel de tolerancia. Esta es la mejor señal.
Si necesita estar constantemente informado sobre la evolución de los mercados financieros para comprobar el estado de sus inversiones, también es probable que sea adverso al riesgo y debería plantear la gestión de sus inversiones mediante otros activos menos sensibles a los movimientos de los precios.
La inversión es necesaria, pero no debería suponer un perjuicio para la salud y para el estado emocional. Por lo tanto, deberemos invertir en productos y activos financieros acorde a nuestro perfil.
Hay una máxima en finanzas: cuanto mayor es el riesgo, mayor es la rentabilidad potencial a obtener. Hay que ser coherentes con las inversiones asumidas y tener presente que no se obtendrán unas altas rentabilidades si no estamos dispuestos a asumir un riesgo extra.
De aquí también radica la importancia de segmentar las inversiones por objetivos y plazo temporal. Para tratarlas con el riesgo que merecen.
Puede que sus ahorros estés rindiendo unos intereses por activos de renta fija y que a su vez disponga de un pequeño capital para las inversiones más arriesgadas, siempre y cuando se sea consciente de que este capital puede verse minusvalorado como consecuencia del riesgo asumido. En este caso se tienen dos objetivos diferenciados, cada cual con un riesgo distinto.
Existen, básicamente, tres perfiles de inversores con respecto a su tolerancia al riesgo:
- Perfil conservador: Estos inversores pretenden preservar el capital y conseguir una pequeña rentabilidad. El riesgo es mínimo.
- Perfil moderado: Se busca rentabilizar el capital en el medio plazo. El riesgo se mantiene dentro de unos parámetros asumibles, pero superiores a una cartera de inversión conservadora.
- Perfil agresivo: Asumen un riesgo más elevado. Pretenden revalorizar el capital buscando rentabilidades superiores.
Entre estos tres tipos de perfiles existen muchos matices, lo ideal es marcarse un porcentaje de pérdida máxima y tener presente que puede darse el escenario en que la inversión se reduzca en esta cantidad. Dependiendo de este porcentaje podremos definir qué perfil de riesgo nos corresponde.
Una vez determinado el riesgo, se pueden realizar los cálculos sobre la rentabilidad a obtener, nunca al revés. Es un error muy frecuente pensar en términos de rentabilidad y dejar a un lado el riesgo. De este error vienen las sorpresas desagradables.
La capacidad para asumir riesgos nos dirá nuestras expectativas de rentabilidad a obtener en las inversiones.
Los productos básicos para comenzar la gestión
En principio, una vez analizada nuestra situación personal y nuestro perfil de riesgo. Deberemos ponernos manos a la obra. Como primera tarea a la hora de gestionar las finanzas personales deberemos utilizar el presupuesto para controlar los gastos y los ingresos. Cualquier economía, desde la de una familia hasta la de un estado, se rige por ingresos y gastos. Es imprescindible manejar bien estos elementos.
Si quieres saber más sobre los presupuestos y gestión de los ingresos y gastos (algunos consejos), puedes echar un vistazo a estos artículos:
- Finanzas personales: El presupuesto I
- Finanzas personales: El presupuesto II
- Trucos y estrategias para ahorrar dinero
- Aprende a clasificar tus gastos
- Como llegar a la Libertad Financiera
- Trucos que te permitirán generar múltiples fuentes de ingresos de forma fácil
- Secretos para ahorrar dinero de forma constante
- 7 maneras de ganar un dinero extra para el fin de mes
En definitiva, se trata de comenzar con las primeras gestiones, basadas en disminuir costes (además de aumentar ingresos) y generar ahorro. Para ello, además de un presupuesto, necesitarás unos productos bancarios básicos. Posteriormente trataremos con más detalle los entresijos de los productos y servicios bancarios, pero de momento, para ponerte manos a la obra vas a necesitar.
Una cuenta corriente
La cuenta corriente no es más que una cuenta operativa, en la cual recibes tus ingresos y en ella se cargan los recibos (y demás gastos). Es imprescindible para la gestión del día a día.
Es posible (y en algunos casos recomendable) tener dos cuentas corrientes en dos entidades bancarias diferentes. Siempre y cuando no nos cobren comisiones por ellas (o por lo menos que las comisiones sean lo más bajas posible). De este modo irás creándote un historial en ambas entidades. Llegado el caso de que tengas que contratar algún otro producto bancario, tendrás más margen de maniobra. Además de todo esto promoverás una cierta competencia entre las dos entidades y podrás conseguir mejores condiciones.
Este producto es la base de la relación bancaria. Haz un buen uso de la cuenta corriente evitando tener descubiertos (números rojos) para ello es necesario una buena previsión (y para esto nos sirven los presupuestos). Puedes vincular una tarjeta de débito como medio de pago a esta cuenta. En cuanto a la tarjeta de crédito... es un arma de doble filo. Puedes conseguir una si realmente estás convencido de que puedes hacer un buen uso de ella. No está mal para casos de emergencia.
Una cuenta para ahorro e inversiones
Es necesario comenzar a ahorrar, destinar un dinero (antes de nada) a pagarnos a a nosotros mismos, como administradores de nuestro patrimonio. Cualquier cantidad es válida. Pero el ahorro debería ser una constante si necesidad de ser convertirse en una obsesión.
Las cantidades ahorradas, y que deben figurar en nuestro presupuesto, deben quedar totalmente segregadas de la cuenta operativa que hemos tratado en el apartado anterior. Como primer punto deberíamos constituir un fondo de emergencia. Posteriormente iremos destinando nuestro ahorro a productos financieros de inversión (según las características y el perfil de riesgo).
Es importante que esta cuenta de ahorro e inversión no tenga vinculado ningún medio de pago. El objetivo es ingresar dinero pero no retirar. Al igual que lo visto en el apartado anterior, pueden tenerse dos cuentas de ahorro en dos entidades diferentes (por los mismos motivos). Pero, también, no debemos perder de vista las comisiones a pagar. Es una buena estrategia tener una cuenta de ahorro para el fondo de emergencia y otra para administrar otro tipo de fondos.
CONTINUAREMOS....